El primer capítulo de la tercera temporada de la serie de televisión Black Mirror, narra la vida de una mujer en una realidad distópica en la que las interacciones sociales y las relaciones personales se valoran puntuando en una red social. La trama del episodio se desencadena en el momento en el que la protagonista se plantea comprar una vivienda en una exclusiva zona residencial en la que las personas con altas puntuaciones tienen un trato preferencial. Se puede presumir que las relaciones entre vecinos de esa urbanización serán cordiales en pos de mantener su alta puntuación, pero carentes de vínculos más allá del número de estrellas que les sean otorgadas.
Decimos que es una realidad distópica, pero quizás no tanto. Los muros divisorios de las viviendas (creadas por otros) además de la compartimentación de espacios privativos, establecen también divisiones entre las relaciones vecinales.
Este post no pretende ser una crítica hacia el modo de vida preponderante, su propósito es hacer mención sobre modelos alternativos, implantados y funcionales. Modelos que buscan implicar al usuario en la creación de su futura vivienda y entorno, además de establecer bases para las futuras relaciones y actividades vecinales.
Una de esas alternativas es el denominado Cohousing, «nacido en Dinamarca en la década de los 60, entre grupos de familias que estaban insatisfechas con las viviendas existentes y con formas de comunidades que sentían no cumplir con sus necesidades».